Dos parejas homosexuales y un padre soltero relatan cómo vivieron la adopción de sus hijos y cómo les ha cambiado la vida
Estas son las historias de tres familias malagueñas, de cinco ‘papás del corazón’ y del largo camino recorrido hasta ver cumplido su deseo de un hogar con hijos. Son las historias de dos matrimonios, el primero compuesto por Carlos y Raúl y el segundo por Manuel y José Ernesto, y también la de un padre soltero, Manolo, a los que la adopción ha cambiado la vida radicalmente.
También son tres de las historias que se esconden tras los datos: en Málaga el 75 por ciento de quienes inician los trámites para adoptar son parejas homosexuales. Una realidad muy distinta a la de hace una década, cuando no existían solicitudes con este perfil.
Cada una de estas familias tuvo que recorrer un periplo diferente antes de que sus casas se llenaran de pañales, de biberones y de que las estanterías pasaran a estar ocupadas por juguetes. «Yo siempre quise ser padre y cuando salí del armario esa esperanza se me perdió, hasta que me empecé a informar y a ver que también teníamos esa opción», expone Manolo.
Lo más duro de la adopción fue «la ausencia total de noticias» que se prologó durante años, hasta que al fin les comunicaron que eran aptos
Si algo tienen en común, además de las noches a duermevela y las dosis infinitas de paciencia, es el amor incondicional y el esfuerzo diario que realizan para que sus hijos crezcan con la estabilidad y el apoyo que merecen, como cualquier niño.
Además, comparten el hecho de haber superado un proceso de años –entre cinco y siete– y en el que, como coinciden, lo peor era gestionar emocionalmente «la ausencia total de noticias». José Ernesto y Manuel iniciaron los trámites para adoptar en 2013 y tres años después lo harían Carlos y Raúl, así como Manolo, aunque este último en solitario.
«A nosotros nos ayudó el hecho de ser muy insistentes, aunque eso no agilizase nada, pero llamábamos para al menos para confirmar que las cosas seguían su curso, que el procedimiento estaba vivo», recuerda Carlos. Según explica, para él y su marido la espera, sumada a la incertidumbre, fue «lo más duro» de este periplo.
Lo mismo señala Manuel, quien apunta que parecía que el momento «no iba a llegar nunca». Y en esa prórroga sin fecha de caducidad, añade, también había que lidiar con «los nervios» que les provocaba saber que todo dependería de la valoración psicosocial y la declaración de idoneidad. «Nos lo jugábamos todo en una carta; hasta que no se produjo esa entrevista y vieron que éramos aptos, no sabíamos si al final tendríamos un hijo y si nuestra ilusión se rompería», rememora.
Para Manolo, la clave para sobrevivir a esta travesía fue pensar que si tenía que ser, acabaría pasando; una especie de mantra que se repetía cuando la paciencia parecía acercarse a su límite y que le ayudaba a asumir que no podría acelerar algo que no estaba en sus manos.
Las tres familias coinciden en que les hubiera gustado contar con el apoyo de alguna asociación en la que pudieran consultar las dudas que les asaltaron durante el procedimiento y entablar contacto con otros solicitantes o padres adoptivos para compartir consejos.
«Es que no existen, o si existen están muy bien escondidas», dice Carlos, a lo que Manolo agrega que estaría muy bien que hubiera alguna organización a la que acudir para todo lo que viene después de la adopción, «en la que podamos compartir experiencias entre padres y ayudarnos». Como subraya, es entonces «cuando empieza lo fuerte».
«Cuando me llamó papá al segundo día de conocerlo, yo pensaba que me moría», cuenta Manolo, quien decidió adoptar a su hijo en solitario
A Carlos y a Raúl todavía se les salta alguna lágrima cuando recuerdan el momento en que escucharon por primera vez las voces de sus hijos, apenas unos instantes antes de ponerles cara. «Los esperábamos en una sala y de repente los oímos, iban gritando por el pasillo: ¡los papás del corazón, los papás del corazón!», cuentan. Casi no se podían mantener en pie de la emoción.
Cuando iniciaron los trámites iban a por un hijo, pero sus planes cambiaron a los cuatro años, tras conversar con una conocida que les planteó la posibilidad de adoptar a un grupo de hermanos. Precisamente, estas adopciones, así como la de niños con necesidades especiales o mayores de siete años suelen tramitarse por una vía diferente y de urgencia dadas las pocas solicitudes que existen para menores con estos perfiles.
«Al principio pensamos que eso sería una locura, pero fue algo que se nos quedó en la mente; lo fuimos hablando y madurando hasta el punto de que ya no nos imaginábamos otra cosa», detalla Carlos. Tomaron la decisión y modificaron su expediente. Y pronto, lo que parecía tan lejano, empezó a tomar velocidad.
Mientras los pequeños estaban bajo la tutela del Sistema de Protección de Menores, los profesionales les explicaron que pronto podrían irse con su nueva familia, «y que esta podría estar formada por un papá y una mamá, dos papás, dos mamás, o un papá y una mamá». En cualquier caso, lo serían del corazón porque ya los querían, aunque todavía no los conocieran.
«Nuestros hijos están felices en familia, lo vemos y todos los que los conocen nos lo dicen»
El momento llegó. Y ahí arrancó la verdadera «revolución». Como sostiene este matrimonio, la suya –ni la del resto de padres adoptivos– no fue una decisión que se pueda tomar a la ligera, como comprueban cada día en casa. «Nuestros hijos están felices en familia, lo vemos y todos los que los conocen nos lo dicen, que se les nota, pero hay momentos para todo, algunos mejores y otros peores en los que nos vemos al borde del colapso, como ocurre en cada casa», explica Carlos.
Para José Ernesto y Manuel, todo lo negativo del proceso de la adopción «se borró» en cuanto tomaron a su bebé en brazos, y aseguran que ese primer encuentro «lo van a recordar toda la vida». Estaban deseando empezar esa vida en familia y cuando recibieron la llamada del Sistema de Protección de Menores se quedaron en ‘shock’: «La espera había terminado, no nos lo podíamos creer».
La pareja, además, afirma que tuvo una suerte enorme porque la familia de acogida temporal que estuvo con su pequeño antes que ellos lo puso todo muy fácil para que el proceso de adaptación de su crío fuese lo más sencillo posible: «Nos ayudaron en todo, en las pautas para facilitar el acoplamiento; fueron unos padres de acogida maravillosos».
Manolo, entre risas, comenta que ha perdido cuatro kilos desde que su hijo llegó a su hogar: «Mi vida ha experimentado un cambio muy bestia, pero muy bonito y reconfortante, aunque no sé ni el tiempo que llevaré sin dormir de verdad», señala. Sabía que ser padre soltero no sería nada fácil, y más teniendo en cuenta que es autónomo, aunque desde el principio ha contado con el apoyo de su familia.
«Cuando me llamó papá, al segundo día de conocerlo, yo pensaba que me moría», recuerda. Él, dice, también tuvo la suerte de que los padres de acogida facilitaron muchísimo el proceso de adaptación. Antes de que se conocieran, ya le enseñaban fotos de Manolo y le decían que ese hombre era su papá.
Su caso, explica, es el de la adopción abierta, por lo que su hijo se encuentra con algunos miembros de su familia biológica cada tres meses: «Al principio tuve mis dudas, pero me pareció lo más sano para él; al final, yo soy su padre pero sé que algún día se hará preguntas y quiero que crezca con todas las piezas del puzle a su alcance».
Irene Quirante
Málaga
Viernes, 9 de junio 2023 | Actualizado 14/06/2023 13:39h.