Rosana Poza lleva una década esperando ser madre. El pasado lunes, 20 de julio, cogió tres vuelos para llegar a Haití, donde hace un año y medio que su hija de siete años espera salir del orfanato, su hogar desde que tiene un mes de vida. Poza ha pasado por una larga carrera de obstáculos durante su proceso de adopción, pero la pandemia ha alargado su llegada a la meta. Cuando los países cerraron sus fronteras y vio que debería aguantar otros tres meses, ella no se dio por vencida. “He llegado a llamar a las compañías de carga para ver si tenían vuelos que llegaban a Haití y podía subirme”, reconoce a Público.

Poza es una de las 17 familias en Cataluña que debían ir a buscar a sus hijos a sus países de origen antes de la llegada de la Covid-19. Sólo cuatro tienen vuelos asignados al cierre de esta edición. «Estadísticamente quienes optan por la adopción han intentado ser padres biológicamente y hay un sufrimiento extra», explica la directora del Instituto Catalán del Acogimiento y de la Adopción (ICAA), Agnès Russiñol. “Llegan a sus puertas cuando tienen a un niño asignado, en muchos casos ya son sus padres. Sólo les hace falta ir a buscarlos, y eso es tremendamente doloroso. Cada semana que pasa están más dolidos”, lamenta.

Las dificultades antes de la Covid-19

Los procesos de adopción internacional eran ya complicados antes de la llegada del coronavirus. En primer lugar, la familia que quiera adoptar debe pasar por una valoración psicosocial que determina si es idónea para ser el hogar de un menor. Pero conseguir la idoneidad no siempre es un camino cómodo. “Que hace 10 años lleguen a mi casa a ver cómo vivo, y si tengo la habitación preparada… es incluso cruel. Me pides que tenga una habitación lista para una criatura que llegará 10 años después”, denuncia Poza. Además, en su caso tuvo que realizar los trámites dos veces: el proceso en Malí se anuló después de tres años de espera, ya que el país canceló todas las adopciones internacionales cuando terminó la Guerra Civil (2013), e inició otro en Haití. Aunque tuvo que realizar los trámites legales dos veces, ya que cada estado tiene requisitos diferentes, Poza apunta que la idoneidad se actualiza cada tres años.

Una vez se le da la idoneidad a la familia, la espera está en manos de los trámites y países donde están los niños que serán adoptados. Y aquí es donde los factores internos y externos influyen, como la inestabilidad del país o una pandemia. Sin embargo, el recelo por parte de los Estados a reconocer que no pueden encargarse de sus propios menores es un punto clave en las dificultades de este trayecto. Según el director de Iniciativa Pro Infancia (IPI), Santi Llensa, «la adopción internacional no es una medida muy popular». “El país no tiene un interés demasiado especial en el que la adopción internacional salga a la luz. Como políticos no quieren reconocer que el Estado no es capaz de dar salida local a estos niños”, añade.

A ese orgullo herido se le suman otras causas. En China, por ejemplo, la lista de espera es de 13 años. Para el presidente de la Asociación de Familias Adoptantes de China (AFAC), Francesc Acero, Covid-19 no ha afectado a China «por la sencilla razón de que la adopción es inexistente». Acero explica que antes la demora era de nueve meses, pero cuando se convirtió en una primera potencia industrial mundial «no quedaba bien que fuera el primer país del mundo que diera niños en adopción».

La adopción de menores con necesidades especiales sí se hace «de forma inmediata», pero Acero detalla que España no se caracteriza por adoptar niños con necesidades especiales, «excepto las familias homosexuales, que sí suelen hacerlo». La falta de demanda de adopciones en el país asiático ha hecho que AFAC se haya reconvertido en una pequeña ONG que actúa como centro de acogida de niños invidentes en Huli (en la provincia china de Xiamen).